viernes, 12 de julio de 2013

Fred Uhlman - Reencuentro (1960)



Mis heridas no han cicatrizado, y quienes me traen el recuerdo de Alemania no hacen más que frotarlas con sal.


Fred Uhlman era un pintor bastante prestigioso cuando quiso probar con la literatura. Para su ópera prima, Reencuentro, se basó en su experiencia directa con la represión nazi sobre los judíos. Uhlman tuvo suerte, y huyó antes de que fuese demasiado tarde. Preso de sus recuerdos de su Suabia natal,  publicó la obra en el año 1960. La novella, demasiado breve para considerarla novela, tuvo bastante éxito, y dio pie a una segunda parte Un alma valerosa.


Dos jóvenes, Konradin von Hohenfels perteneciente a la nobleza alemana y Hans Swartz hijo de un médico judío, ambos muy tímidos e y admiradores de poetas alemanes como Hölderlin o Rilke, van entablando una amistad bastante intensa. Sin embargo, esta amistad se verá vista a prueba tras el ascenso del nazismo en Alemania. 


La gran mayoría de los personajes son extremadamente sencillos. Los nobles, maestros, estudiantes y padres se ven devorados en la gran masa en la que se ha convertido la sociedad del siglo XX. La obra se centra en los dos jóvenes protagonistas.  Hans, que es quién asume la carga de ser el narrador, se ve totalmente expuesto frente al lector, dejando de ver sus sentimientos hacia lo que le rodeaba y su relación con su amigo. Como buen admirador del romanticismo, al que no para de aludir constantemente, su papel es del individuo solitario que busca un alma gemela  para sobrevivir en un mundo que no comprende. Konradin en cambio se cubre bajo la mascara de la indiferencia, y gracias a ella posee un aura de misterio que poco a poco se va desvelando.


La primera persona en la que está escrita el relato consigue conectar con el lector y amplificar el sentimentalismo, la nostalgia o la ingenuidad. Todo se resume en un bello recuerdo de infancia atrapado en la bruna de un terrible pasado. El estilo ayuda en este sentido, ya que su sencillez y elegancia le dota de cierta candidez. Se nota que  el escritor fue pintor ya que las descripciones parecen que han sido pensadas para ser reflejadas en un lienzo.


 Pero si algo lo distingue de otras obras relacionadas con el Holocausto, ya sean pertenecientes a la literatura o a otros formatos como el cine, es el control absoluto del dramatismo. No hay ninguna estridencia. En muy pocos pasajes el autor se deja abandonar por el dolor.


Se crítica a la sociedad alemana que permitió e incluso ayudó al ascenso de Hitler al poder, y ser cómplice de su espiral de odio. Nadie se dio cuenta, o quiso darse cuenta, de las terribles consecuencias que traería el gobierno de los nacionalsocialistas hasta que vieron sus manos manchadas de sangre, propia y la de la juventud europea.


Al final, un Hans Swartz que ha renunciado a sus ideales románticos y se ha visto obligado a dedicarse a la abogacía, reprimiendo sus anteriores sueños. En una carta de su anterior escuela descubre cuál ha sido el destino de su antiguo amigo, donde se permite un último toque dramático que deja una perfecta conclusión a las no más de cien páginas que dura este reencuentro de Uhlman con su pasado.


Lo mejor: El control sobre los elementos dramáticos. El intimismo de la obra.

Lo peor: Hans es demasiado melancólico.

Nota: 9/10.


Una última posdata:

-¿No los ves arder?- gritaba desesperado-. ¿No oyes sus gritos? ¿Y tienes la audacia de defenderlo porque careces del valor suficiente para vivir sin tu Dios? ¿Para qué nos sirve a ti o a mí, un Dios impotente o despiadado? ¿Un Dios que se sienta en las nubes y tolera la malaria y el cólera, el hambre y la guerra?

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