Para enfrentarnos al enemigo que vive en la dulce médula de nuestra espina dorsal, bebemos, tomamos marihuana, cocaína, nicotina, tranquilizantes y somníferos, aceptamos costumbres e iglesias, prejuicios e hipocresías, nos dejamos llevar por las ideologías y, sobre todo, por nuestra propia estupidez.
Dicen que el ego es lo que
define el mundo digital que está marcado por redes sociales, likes y retuits.
Sin embargo, ninguna red social puede competir con un escritor
arrogante. AL menos, el ego infinito de un escritor es sincero. Se
puede presumir sobre mentiras en Instagram, pero no puedes mentir en
el papel sin que se note, lo cual no deja de ser algo enriquecedor
por otra parte, ya que la mentira es parte de la realidad. El escritor
se desnuda en cada página, tanto para bien como para mal, y lo que deja a la vista son cicatrices, mortajas y úlceras podridas que invaden su maltrecho cuerpo.
Norman Mailer es uno de los
escritores que han marcado el siglo XX y también el ego en persona. Mailer es el ganador de dos
premios Pulitzer, el heredero del estilo de Hemingway, el rival
encarnizado de Truman Capote y el que fue considerado como el mejor
periodista de América. Escribió crónicas sobre Muhammad Alí,
imitó A Sangre Fría de Capote y juzgó la
participación de Estados Unidos en Vietnam. Mailer era alguien de excesos, muchos de ellos execrables, y se muestran
sin tapujos en sus novelas, como es el caso de Los Tipos Duros No
Bailan.